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Una sacudida que te transporta a la realidad laboral

EN PLATEA | DIANA LIMONES

¿Cuantas veces nos paramos a pensar en las precarias condiciones de trabajo? A lo mejor, nosotros mismos hemos sufrido en alguna ocasión la angustia de no encontrar un trabajo digno o hemos imaginado que pasaría si no lo tuviéramos. Shenzhen significa infern, no te deja imaginar. De forma contundente, te conduce a esa situación en un abrir y cerrar de ojos.

Tras el éxito mundial de “Lehman Trilogy” (que nos dejó fascinados en el Grec 2016) Stefano Massini, dramaturgo italiano y director artístico del Piccolo Teatro de Milán, vuelve a la carga de la denuncia social y política con esta pieza donde, en esta ocasión, se tratan las condiciones precarias de la mayoría de las fábricas en China. Esa situación se hace extensible a muchas partes del planeta y es por eso que el espectador no sentirá lejano lo que escuche durante la poco más de una hora de duración de la función, a pesar de tratarse de un supuesto marco a muchos miles de kilómetros. Trabajos en cadena donde se controla tu tiempo de producción, donde prácticamente se exige completa dedicación a la compañía y donde el sueldo no se corresponde con el merecido.

Shenzhen significa infern, que ahora se puede ver en el Teatre Tantarantana, está presentada en forma de monólogo que no lo es. Un texto creado para una sola voz, pero escrito de manera tan contundente que el espectador va a sentirse irremediablemente obligado a contestar el angustioso cuestionario al que los cuatro trabajadores inexistentes físicamente de esta empresa China (que muy acertadamente Massini le otorga el nombre de Osiris, el dios egipcio) son sometidos. Así, el director de este montaje, Roberto Romei, quien también dirigió “Lehman Trilogy” y que vuelve a repetir tándem con Massini, nos incorpora en esta especie de sala de examen y nos hace parte silenciosa de esta función como si fuéramos esos trabajadores.

Sandra Monclús, por lo tanto, hará acto de presencia y dará comienzo a esa especie de reunión-test, explicándonos las razones de por qué se nos ha reunido y cuál es el propósito de la misma. Con preguntas directas a cada uno de nosotros (que tal y como están dispuestas las butacas, seremos el operario 1, 2, 3 y 4) hará que contestemos en nuestro interior cuestiones relativas a nuestra eficiencia laboral, a nuestra actitud hacia el trabajo o el grado al que merecemos nuestro salario. El valor de la Monclús aquí, aparte del de llevar todo el peso de los 70 minutos que dura la prueba, es el de conseguir incluirnos en presencia y en conciencia en esta reflexión sobre el resultado real de la que supuestamente tenía que ser la bendición de la globalización. La Monclús hace su trabajo de forma excelente. Nos señala con el dedo y nos mira fijamente a escasos centímetros. Nos agita, nos remueve y nos incomoda. De eso se trata esta obra. Y ella lo consigue.

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